La corporación biotecnológica Monsanto querelló a más de 100 agricultores estadounidenses e investigó a otros miles por lo que considera uso ilegal de sus semillas transgénicas, una política calificada de extorsión por activistas.
Monsanto prohíbe a los agricultores almacenar semillas de las variedades que ha desarrollado mediante ingeniería genética, resistentes a plagas y al uso del herbicida glifosato, que vende la propia compañía bajo la denominación RounUp.
En 1998, el agricultor Kem Ralph, de la localidad estadounidense de Covington, en el estado de Tennessee, fue, tal vez, el primero en ir a la cárcel por almacenar y cultivar semillas RoundUp Ready, de Monsanto, en este caso de soja.
Ralph pasó cuatro meses tras las rejas y debe aún pagar a la compañía una indemnización por 1,8 millones de dólares.
Los tribunales estadounidenses han asignado a la firma indemnizaciones por un total de 15 millones de dólares, informó el no gubernamental Centro para la Seguridad Alimentaria (CFS), con sede en Washington, en un estudio titulado Monsanto versus agricultores estadounidenses
El plan de negocios de Monsanto en materia de semillas transgénicas depende de las demandas judiciales a los agricultores, dijo Joe Mendelson, director legal del CFS.
El de esta organización es el primer informe detallado del impacto de los litigios sobre el uso de semillas transgénicas sobre los agricultores estadounidenses. El asunto tiene en vilo a activistas de todo el mundo, que lo considerarán a fines de mes en el Foro Social Mundial, en Porto Alegre, Brasil.
Pero la compañía se mantiene en sus trece. Monsanto nunca demandó a un agricultor que haya plantado nuestras semillas sin saberlo, dijo a IPS, contradiciendo numerosas quejas de agricultores norteamericanos, Chris Horner, portavoz de la firma.
Al ser consultado cómo la policía semillera de Monsanto distinguía el uso intencional o involuntario de sus productos, Horner dijo: Eso se sabe apenas mirando el campo.
No es que vayamos activamente tras los agricultores que usan ilegalmente nuestras semillas. Pero si algo nos llama la investigación, lo investigaremos, agregó.
Horner, que se negó a formular mayores comentarios sobre el informe del CFS, confirmó que Monsanto cuenta con un número telefónico libre de cargo para que agricultores informen sobre supuestos abusos de sus colegas.
El estudio del CFS, según el portavoz de Monsanto, toma en cuenta un grupo muy pequeño en comparación con su universo de clientes. Facilitamos más de 300.000 licencias a agricultores que usan nuestros productos, agregó.
Según el informe, las indemnizaciones son apenas una parte del dinero que Monsanto extrajo a agricultores ajenos a ese universo. Cientos de ellos fueron obligados a firmar acuerdos secretos en los últimos ocho años para evitar una demanda.
Los agricultores generalmente carecen de los conocimientos y de asistencia legal que les permitan defenderse contra las acusaciones de Monsanto, dijo Mendelson. Con frecuencia, no hay pruebas pero los productores se rinden sin pelear, dijo.
Poco se sabe sobre los acuerdos secretos. Un agricultor de Carolina del Norte acordó pagar 1,5 millones de dólares, según Mendelson.
Monsanto cuenta con un presupuesto anual de 10 millones de dólares y 75 expertos dedicados únicamente a investigar y a acusar a los agricultores, según el informe.
La táctica fue exitosa. En 2004, casi 85 por ciento de todos los cultivadores de soja y colza sembraban variedades transgénicas, así como tres cuartas partes de los productores de algodón y casi la mitad de los de maíz.
Monsanto controla alrededor de 90 por ciento de la soja, la colza y el algodón transgénicos, y tiene una gran participación en el mercado del maíz.
La compañía es acusada de obligar a realizar cultivos transgénicos en Brasil y en el resto del mundo, según la organización ambientalista Greenpeace.
¿Por qué los agricultores no se deciden, simplemente, a cultivar las variedades no transgénicas? El agricultor estadounidense Rodney Nelson, del estado de Dakota del Norte, explicó que hoy quedan pocas semillas convencionales, pues los comerciantes no ganan mucho dinero con ellas.
Monsanto cobra derechos por el uso de su tecnología que oscilan entre los 6,25 dólares por bolsa de soja cosechada a un promedio de 230 dólares por las de algodón. En ese caso, los derechos triplican a los del algodón convencional. Según la compañía, esa facturación es necesaria para recuperar sus inversiones en tecnología.
El otro problema es que semillas no transgénicas terminan contaminadas por los genes patentados por Monsanto, según Nelson.
Monsanto demandó a Nelson y a su familia en 1999 por violación de su patente, pues aseguró que había guardado semillas de soja RoundUp Ready en su hacienda. Dos años de batalla legal acabaron con un acuerdo en el tribunal al que le está prohibido referirse.
Ganamos, pero nos sentimos contaminados para siempre, dijo.
Según el informe, aun cuando un agricultor decida dejar de cultivar las semillas de Monsanto, nuevas plantas transgénicas crecen naturalmente en los predios al año siguiente. Esta situación puede prolongarse hasta cinco años o más.
Según las leyes de patente estadounidenses, un agricultor comete una falta aun si cultiva sin saberlo variedades contaminadas por los genes de Monsanto. Otros países tienen leyes similares.
La Corte Suprema de Justicia de Canadá apoyó el año pasado la patente de colza transgénica de Monsanto, aunque se tratara, como asegura el demandado, el agricultor Percy Schmeiser, de semillas cultivadas sin su conocimiento.
El tribunal falló también que Schmeiser no estaba obligado a pagar a Monsanto los costos judiciales, estimados en 200.000 dólares, y que podía conservar los 20.000 de ganancia de su cosecha de 1997, la que desató una batalla de seis años en la justicia.
En su acusación, Monsanto aseguró que Schmeiser violó a sabiendas y deliberadamente los derechos de patente al sembrar, cosechar, almacenar y vender colza de la variedad RoundUp Ready sin pagar la licencia requerida.
Las praderas canadienses estuvieron hace millones de años en el fondo de un océano. Son muy llanas y el viento sopla con fuerza la mayoría del tiempo.
Estos vientos cargan grandes cantidades de semillas de colza del tamaño de la cabeza de un alfiler, e incluso plantas enteras luego de cosechadas.
Buena parte de los dos millones de hectáreas cultivados con colza están cubiertas de variedades transgénicas. Los genes patentados aparecen, sin mediar intervención humana, en plantas que crecen a lo largo de carreteras, en patios de escuelas, en parques y en campos baldíos.
Schmeiser dijo que su hacienda había resultado contaminada en años anteriores por polen de los campos de un vecino y por semillas caídas de camiones en su camino a una procesadora.
Para muchos activistas y expertos, la victoria de Monsanto significa que los agricultores no estarán dispuestos a almacenar sus propias semillas, pues podrían contener trazas genéticas desarrolladas por la compañía e invisibles a simple vista.
Así, deberán comprarlas antes de cada siembra, lo cual reducirá la diversidad natural, al igual que el contagio accidental de los genes patentados por Monsanto.